Desportillando

(...) su membrana permeable o su muralla infranqueable, según su estrategia: plegarse a la mezcla, o ser esfinge.

La conspiración (xvii)

Calle anodina, de las que no reparas en gran cosa, segmento del camino a casa, un giro, dos manzanas, fuera. Una dirección: calzada estrecha, un solo lado para el estacionamiento; aceras que retienen tu paso si ante ti caminan en paralelo dos personas: lo que abarca. Solar donde hubo una casa. Paredes fantasma: "FELIZ CUMPLEAÑOS CAROLINA", se lee; que quién no es, sino fue, entonces, en aquel día para el que se escribió eso sobre esa pared entonces cobijada, Carolina; todo lo que, alguna vez, pude preguntarme, de pasada, mientras pasaba.

(...) garage, las viejas. Las viejas que no veía y que, más tarde, intentaba recordar. Así que se reían: ellas sabían.

Beba (1)

-Tu cara es redonda como un pan. ¿Por qué tu cara es redonda como un pan? -dice, pero su nariz es ganchuda y su cara un Pollock de acné, su cabello un nido de serpientes de alquitrán.

-No todos los panes son redondos, idiota.

-Tu cara es redonda como un pan redondo.

-Y bien.

-Sí, bien, habíamos quedado en que, bueno, la mujer, el tema de la mujer, como el hombre, por otra parte, es igual, funciona dentro de determinada escala, dentro de ciertos ámbitos, ¿sí? Es decir, digamos, en la ontología, dentro de la teoría de arquetipos, o bien a nivel de la estética, ahí sí pueden utilizarse sin embozos ciertas figuras, y hacerlas jugar, interrelacionarse, de forma bastante, bueno, pura. -Sus ojos son dos enormes burbujas de nata en leche hervida y sus orejas la llama de una vela, sus labios rendijas mustias grises cicatriz.

Air tour (II)

Nos encontramos recorriendo el cauce del río, desde el vértigo y, pese a la caída que nos separa, pese a la mugre que enturbia, veo el hilo marrón que transporta residuos y podredumbre en su fangoso fluir, desciendo en un vuelo mental que me acerca algún detalle, una oquedad entre un trozo de roca carcomida y una montaña de bolsas de plástico atrapadas por una rama, escamas de menstruo escalonándose sobre las protuberancias, burbujas de aire hinchándose y reventándose, salpicando gris y transparencia. Regreso.

Todo queda registrado y todo se disipa. Nada vivo vive ahí, seguimos en silencio y el metal roza y se torsiona, el anillo se mantiene oblicuo y bamboleante, aparecen algunas imágenes ya algo hilvanadas, palabras tratando de conferir sentido, no claro todavía, un eco con hipo, la pantalla proyecta, entrecruzando señales ahora, el homúnculo todavía no se hace cargo pero, diría ahora, avisaba de su llegada.

Air tour (I)

Pudiera ser que hubieras visto algo parecido, algo como esas gigantescas columnas arquitectónicas coronadas por un anillo giratorio, acristalado para que sus ocupantes puedan contemplar toda la panorámica en derredor simplemente tomando asiento, algo así, entonces. Tan sólo que aquí sólo permanece el anillo, y no es sostenido por una columna, sino por algún tipo de brazo o grúa que, a través de guías, invisibles -éstas y el propio brazo, o grúa-, se desplaza y desplaza consigo el anillo, recorriendo el desfiladero entre montañas, el río debajo, el cielo, así debemos suponer, arriba.

Primer desagrado, el cubículo tiene un aspecto descuidado, herrumbroso, el aire interior hiere con su acidez oxidada, los colores a duras penas consiguen formarse en los reflejos que los delgados rectángulos horizontales, de una materia algo menos que opaca tras la que, y frente a la que, debería haber un cristal, permiten. Entramos, nadie se mira, no hay gran cosa que ver, en estos momentos la conciencia vegetativa y la hénade mandan y no hay nada en contra, en algún momento el crujido chisporrotea hiriente e inicia, nos movemos.