Air tour (I)

Pudiera ser que hubieras visto algo parecido, algo como esas gigantescas columnas arquitectónicas coronadas por un anillo giratorio, acristalado para que sus ocupantes puedan contemplar toda la panorámica en derredor simplemente tomando asiento, algo así, entonces. Tan sólo que aquí sólo permanece el anillo, y no es sostenido por una columna, sino por algún tipo de brazo o grúa que, a través de guías, invisibles -éstas y el propio brazo, o grúa-, se desplaza y desplaza consigo el anillo, recorriendo el desfiladero entre montañas, el río debajo, el cielo, así debemos suponer, arriba.

Primer desagrado, el cubículo tiene un aspecto descuidado, herrumbroso, el aire interior hiere con su acidez oxidada, los colores a duras penas consiguen formarse en los reflejos que los delgados rectángulos horizontales, de una materia algo menos que opaca tras la que, y frente a la que, debería haber un cristal, permiten. Entramos, nadie se mira, no hay gran cosa que ver, en estos momentos la conciencia vegetativa y la hénade mandan y no hay nada en contra, en algún momento el crujido chisporrotea hiriente e inicia, nos movemos.

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Ya le voy diciendo que sí, y que no.